Imparable con su 4.40 Juan Luis Guerra en el Coliseo.

20151017_rc_conciertojuanluisguerra_jlcc_01La persona que menos bailó, movió los hombros y la cabeza de lado a lado  porque sintió el ritmo de Juan Luis Guerra que se apoderó la noche del sábado del Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot en la parada que aquí hizo de su gira Todo tiene su hora.

Con su energía, imposible hubiese sido que alguien quedara sin moverse.

Mientras que el área de arena se convirtió en una pista de baile para las parejas y para los que andaban en grupo, el resto del recinto, a simple vista, era un hormiguero de gente que se sacudía de lado a lado, pisaba y pisaba y hacía vibrar el metal de las gradas.

El concierto, que lleva el nombre del décimo cuarto álbum del artista dominicano, comenzó con un conteo regresivo que dio paso al repiqueteo de tambores y al sonar del teclado, la güira, las trompetas y a la aparición del cantante dentro de una cabina telefónica ubicada al centro del escenario para atacar con Cookies and Cream y luego con Travesía.

No se hizo esperar mucho la llegada del clásico Ojalá que llueva café, la tercera canción que sonó.

Tras La llave, saludó formalmente.

“¿Como la están pasando Puerto Rico?”, fue una pregunta en la que insistió varias veces, como para hacer constar que el resultado de su conocida disciplina y perfeccionismo en la creación de su música era del agrado del público boricua.

“Es un placer grande estar con ustedes. Gracias por el cariño que siempre nos muestran. Y veo algunas banderas dominicanas. Quiero saludar a mis hermanos dominicanos que están aquí”, continuó.

Entonces presentó Mi bendición, un tema que dedicó a los matrimonios luego de resaltar que él ya lleva 32 años casado con su esposa, Nora.

“El que ama a su esposa, se ama a sí mismo”, dijo.

El concierto continuó casi imparable, un tema tras otro, como si ninguno de los músicos se cansara, solo con breves intervenciones para presentar “este es otro merengue”, “esta es una salsa”, “esta es una bachata”, “esto es un son” y así.

Tuvo, claro, sus momentos más sublimes, como el segmento acústico en el que cantó Muchachita linda, una bachata que compuso para su hija Paulina.

Cuando Juan Luis regresó a la cabina telefónica para recibir una respuesta de una operadora y entonar Costo de la vida, la energía del público se disparó como un testimonio de la apretada realidad económica que muchos viven en esta isla.

Hubo un momento para que sus músicos se lucieran, con la güira y la tambora y hasta con pasos de bailes que envolvieron al público en un intercambio de sonidos y aplausos que eran juntos una composición.

Y cuando apareció en los visuales del fondo del escenario la imagen de una bicicleta, ya se anticipaba la famosa crítica a los precarios sistemas de salud que es Niágara en bicicleta.

Juan Luis hizo un aguaje de despedida con La bilirrubina, pero luego de un rato regresó con A pedir su mano.

Para no dejar fuera algunos de sus bachatas más recordadas, presentó un medley en el que incluyó Estrellitas, Hormiguita, Bachata en Fukuoka, Que me des tu cariño, Bachata rosa, Frío frío y Burbujas.

Luego de un derroche de sabor caribeño, no era justo acabar en baja, así que con el pedido de otra canción, el artista y su 4.40 complacieron con Las avispas. Todo el mundo contento.

Créditos: elnuevodia.com / Cristina del Mar Quiles / Foto: Juan L. Cruz